Maluenda

Maluenda

(Texto parcialmente reproducido de la obra Cultura popular de la Comunidad de Calatayud, escrita por José Ángel Urzay Barrios, y publicada en Calatayud por el Centro de Estudios Bilbilitanos y la Comarca Comunidad de Calatayud, en 2006.)

El amplio casco urbano de Maluenda guarda numerosos edificios y puntos de interés. Llama la atención el reloj sobre el tejado de la casa consistorial, del primer tercio del siglo pasado; la campana procede de la iglesia de San Miguel. En la larga y estrecha calle Mayor quedan restos de casas góticas y renacentistas, buenos ejemplos de arquitectura civil aragonesa, una de las cuales mereció los honores de ser reproducida en el Pueblo Español de Barcelona. Conserva también Maluenda la puerta de entrada al pueblo, conocida como Casa de Ciria o Casa del Arco.

El castillo en ruinas sigue impresionando por sus dimensiones y su ubicación sobre una roca escarpada. Debajo está la iglesia de San Miguel, que apenas se mantiene en pie. El Palomar es una torre albarrana de mampostería revocada, excepto el remate de ladrillo, que formaba parte del complejo defensivo de la ciudad. Con cinco pisos de altura, asentada sobre una roca de cantera.

Cuenta Maluenda con dos iglesias excepcionales, ambas de estilo mudéjar: la de Santa María y la de las Santas Justa y Rufina, construidas en los siglos XIV y XV, que atesoran retablos góticos y múltiples obras de arte. La iglesia de Santa María se quemó en el año 1942 y hasta que se restauró completamente todas las celebraciones religiosas se desarrollaron en Santa Justa. El incendio fue provocado por la imprudencia de dejar unas velas encendidas. Se quemaron numerosos tesoros artísticos, entre ellos el retablo mayor y el órgano, a pesar de la intervención de los bomberos de Calatayud y de la azucarera de Terrer. La gente había intentado sofocar el incendio con pozales, pero fue inútil.

Al otro lado de la carretera, en el barrio de Barrimpolo, se levanta el convento de San José de las carmelitas descalzas, fundado a mitad del siglo XVII con sus sólidas dependencias conventuales, iglesia del XVIII y huerta cerrada por un alto muro. Todavía permanece habitado por una reducida comunidad de monjas, siendo uno de los pocos vestigios que restan de florecientes comunidades de religiosos y religiosas que levantaron sus conventos en toda la comarca de Calatayud.

Muy cerca estaba el peirón de San Antón, que fue sustituido por una hornacina con la imagen del santo.

Por el barranco de la Virgen llegamos hasta la ermita de la Soledad. Es la única ermita rupestre de toda la comunidad, un auténtico complejo eremítico, que consta de capilla del Salvador, Santo Sepulcro, panteón familiar, cocina, despensa, comedor, habitaciones, otras dependencias y pasadizos. Un verdadera sorpresa para quien no la conozca, ni haya oído hablar de ella. Propiedad particular, fue excavada a lo largo del siglo XIX a instancias de un hijo de Maluenda, el presbítero Joaquín Herrero, que solía retirarse por esos parajes. Conserva numerosos exvotos de cera, testimonio directo de fieles agradecidos.

En la ermita de la Soledad termina el vía crucis, cuya primera estación arranca del lateral de la iglesia de Santa Justa. Las diez primeras estaciones está señalizadas por sendos peirones de ladrillo, perfectamente restaurados, con baldosas de colores en sus hornacinas que representan las escenas del camino del Calvario. Las cuatro últimas estaciones están marcadas con cruces y baldosas en la fachada del conjunto eremítico.

La ermita de los Santos Gervasio y Protasio observa el bajo Jiloca desde su atalaya. Una estrecha senda que arranca en el castillo permite ascender hasta arriba con un tramo de escaleras esculpidas en la roca en el último trecho.

Junto a la carretera, al otro lado del cementerio, está la ermita del Santo Cristo de Palermo, que algunos conocen también como la ermita de San Roque, cerrada al culto. Es una modesta ermita de planta cuadrada y bóveda de lunetos, cuyo interior conserva algunos lienzos de la Pasión en mal estado. La víspera de San Roque se iba andando a la ermita del santo y por la noche preparaban baile allí mismo algún año.

Las demás ermitas del término están arruinadas. La ermita de San Martín, desde la que se divisa una excelente panorámica de la vega, apenas conserva algún muro de tapial y restos de arcos diafragma. Escasos restos sobreviven también de la ermita de la Santa Cruz, en uno de los puntos más altos del término, que durante unos años sirvió para encerrar ganado; presentaba arcos diafragma, mampostería y tapial. La ermita de San Fabián fue restaurada y sirve ahora exclusivamente como refugio para cazadores y cualquiera que pase por allí. Las escasas ruinas de la ermita de San Antón, rodeadas de pinos, se alzan en el paraje de Valmayor. Muy cerca está la fuente de San Antón, hasta la que iban las mujeres para lavar la ropa y tenderla allí mismo. Aún puede verse muy cerca un saladar, piedras sobre las que se colocaba la sal para las ovejas, cuando los pastores detectaban que empezaban a comer tierra. Desapareció completamente la ermita de San Lázaro, que estaba en el Portal Bajo.

Maluenda conserva dos neveras en su casco urbano. Una de ellas, en una era detrás de Santa Justa, sirve como basurero, a pesar de lo cual es fácilmente recuperable. La otra, que se utiliza como caseta en una propiedad de Víctor Guillén, conserva íntegra una espectacular bóveda de piedra de yeso.

Del camino hacia Olvés sale un desvío hacia Munébrega, justo donde está la Cruz Blanca, de piedra, asentada sobre una base circular y columna estriada. Es una cruz atípica en la comarca, muy bella en su simplicidad y estructura.

Desde Maluenda sube un camino por el Barranco de la Virgen hacia la ribera del Perejiles, cerca de La Torrecilla, que se bifurca en dos: uno va a Belmonte y otra senda, a Mara. Antes se pasa por la Fuente del Piojo, siendo necesario subir la cuesta Arrancapedos, nombre escatológico que se repite por algún que otro término municipal. La Torrecilla es una torre de vigilancia en lo alto del monte, bastante derruida, pero visible desde todo el valle y montañas circundantes.

El palomar de Tarrocho, de mampostería revocada, presenta la planta cuadrada característica de estas construcciones, con tejado a una vertiente. En su interior aún pueden verse las celdas de las palomas. Debajo del palomar, excavado en la roca, queda un colmenar de obra en bastante buen estado.

Hubo batán y molino harinero, muy cerca uno del otro. Contó Maluenda con una fábrica de sacos, que fue reconvertida años más tarde en fábrica de harina. Por toda la vega había albercas para humedecer el cáñamo. Hubo también numerosos hornillos y fábrica de yeso. Repartidas por el término abundan pequeñas cuevas excavadas en las laderas, que servían como protección de las inclemencias del tiempo.

Antes había dos fuentes, una en la Plaza Alta y otra en la Plaza Baja, cuyas aguas llegaban del Recuenco de Velilla. Anteriormente se recogía el agua de las acequias y de los manantiales, como el de San Antón en Valmayor. Las mujeres lavaban en las acequias y los brazales, pues en Maluenda nunca hubo lavadero.

En Maluenda siempre ha habido gran afición a la música y a la jota. A lo largo de su historia ha contado con dos agrupaciones musicales diferentes: la banda de música La Prosperidad y el grupo Joteros del Jiloca. Además, siempre hubo rondallas de jóvenes y una orquesta, formada por algunos miembros de la banda.

La familia Marquina, que se instaló en el pueblo a finales del XIX, fue la impulsora de la banda. Contaba con veintidós miembros, todos ellos agricultores, hijos del pueblo. Era una banda que llevaba fama en los alrededores por lo bien que tocaba. Iban por todos pueblos de la ribera baja del Jiloca y de la comarca. Además, se desplazaban a pueblos de Cariñena, Daroca y Calamocha. Incluso tocaban en alguna localidad de Madrid. Bajaban a Calatayud en las fiestas de San Íñigo y en la feria de septiembre. Actuaba como charanga sólo en Longares. La banda desapareció completamente, pero de nuevo ha sido formada, restableciéndose de esta forma la tradición musical del pueblo.

El grupo de jotas Joteros del Jiloca se organizó a partir de la cátedra de la Sección Femenina que impartió docencia en Maluenda. Desarrolló su actividad en la década de los setenta del siglo pasado. Su impulsora y directora fue María Teresa Aguirre. Sus actuaciones incluían el baile y el canto de la jota, hacían galas, actuaban en fiestas, incluso en bodas de todos los pueblos de la comarca.