Nigüella
(Texto parcialmente reproducido de la obra Cultura popular de la Comunidad de Calatayud, escrita por José Ángel Urzay Barrios, y publicada en Calatayud por el Centro de Estudios Bilbilitanos y la Comarca Comunidad de Calatayud, en 2006.)
Actualmente viven en invierno unas sesenta personas en Nigüella, cuando antes de la despoblación contaba con más de trescientos habitantes. El elemento arquitectónico más impresionante son sus espectaculares casas colgadas sobre el Isuela, únicas en toda la comarca, que sólo pueden apreciarse bajando hasta el río. Hubo un molino harinero, que ha sido habilitado como parque y merendero. Al otro lado del río está el viejo lavadero.
La iglesia de la Visitación es un templo completamente moderno, pues el antiguo fue derribado. La ermita de San Vicente está en lo más alto del pueblo, junto a la carretera, como canta la copla:
La Virgen está en la plaza
y San Vicente en un alto
y las mozas de Nigüella
suben y bajan al santo.
La vega de Nigüella es estrecha y el río se seca en verano. La agricultura de regadío siempre ha tenido mucha importancia, aunque ahora casi todos los campos están abandonados. Se cultivaban cereales, olivo y viña. En los años sesenta empezaron a plantarse frutales, sobre todo manzanos, peros de agua y de Roma, y más tarde, ciruelos, almendros y cerezos. Venían compradores de Morés, que compraban la fruta en flor, apenas salido el fruto del árbol; ajustaban el precio y el comprador se encargaba de sulfatarla, cuidarla y recogerla.
Estos sencillos versos de Carmen García Benedí evocan recuerdos de Nigüella y los duros días de trabajo durante el verano:
Cómo retengo en mi mente
recuerdos de aquel pasado
del pueblo donde nací
que jamás podré olvidarlo.
Este pueblo es Nigüella
sobre un cabezo cortado,
lo construyeron los moros
y sirvió de fortaleza
para los que allí lucharon.
En el fondo del abismo,
el río y sus verdes prados
con una bonita huerta
muy rica por su arbolado.
¡Ay, fuente de los dos caños,
si tú pudieras hablar!
¡Cuánto habrías de contarnos!
Nos servías de cita
de muchos enamorados.
Cómo recuerdo aquel mozo
sobre su caballo blanco
conversando con su novia
y su caballo abrevando.
El famoso lavadero
donde yo tanto he lavado.
De esto que estoy contando
¡Cuántos años han pasado!
También recuerdo a los hombres
que en calurosos veranos
en plena recolección
para recoger el grano
andaban por los caminos
por el sudor empapados,
provistos de una alforja
con el botijo de barro
para remojar las gargantas
resecas de polvo y tama.
Estos fueron mis abuelos,
mis padres y mis hermanos.
Con un sombrero de paja
para protegerse del sol,
segando de tajo en tajo,
agachados con la hoz
y la zoqueta en la mano.
Mientras duraba la siega
se dormían en el campo
recostados sobre la mies
expuestos a las tormentas,
algún que otro picotazo
y al amanecer el día,
dispuestos para el trabajo.
Luego llega el acarreo
a carga de burro o macho,
pues entonces eran muy pocos
los que tenían carro.
Y ya las mieses en la era
se hacinaban en grandes fajos,
para luego echar la parva
cuando el cielo estaba claro.
Y recuerdo aquellos trillos
arrastrados por los asnos
dando vueltas a la era
con los chavales montados,
y luego de cuando en cuando
darle vueltas a la mies
con horcas que eran de palo,
la contornaban los hombres
para mejorar su trillado
que luego con buen aire
podíamos aventarlo.
Hasta verlo en el granero
¡Cuánto esfuerzo, qué trabajo!
Para que no nos faltara
el pan para todo el año.