Inogés

Inogés

(Texto parcialmente reproducido de la obra Cultura popular de la Comunidad de Calatayud, escrita por José Ángel Urzay Barrios, y publicada en Calatayud por el Centro de Estudios Bilbilitanos y la Comarca Comunidad de Calatayud, en 2006.)

Inogés siempre ha sido un pueblo pequeño, asomado al valle del Grío desde una loma que desciende de la Sierra Vicor. La pequeña iglesia de San Miguel está cubierta con bóveda de crucería estrellada. En el casco urbano hay algunas bodegas con lagares, comunicadas entre sí por debajo de las calles mediante caños y pasadizos. La fuente de dos caños brinda su agua en la plaza, mientras que el lavadero cubierto y el abrevadero permanecen inactivos.

A la entrada del pueblo viniendo desde El Frasno, vemos en el lado derecho de la carretera unas cuevas, que son bodegones excavados, muy parecidos a los de Aluenda, siendo probable que se trate de bodegas para guardar el vino.

En la entrada al camino que lleva a la Ermita de la Virgen se levanta el peirón de la Virgen de Jerusalén, de ladrillo caravista, que guarda en su hornacina una imagen de la Virgen en alabastro.

 

El antiguo santuario de la Virgen de Jerusalén quedó arruinado y fue demolido. A su lado se levantó una pequeña ermita en 1965, pálido reflejo de las instalaciones del santuario mariano, que incluía múltiples dependencias. Siguiendo el camino se llega al cementerio y, mucho más adelante, hasta Viver de Vicor, cruzando la sierra.

La ermita conserva en su interior una urna de madera que contiene el famoso y legendario cántaro con el aceite que nunca se acaba. En sus orígenes, para abrir el arca eran necesarias las tres llaves del alcalde, cura párroco y obispo. En el interior del cántaro hay un palo que permite aplicar el aceite en la parte dolorida del cuerpo para su curación, siempre que se haga con fe. El cántaro fue traído por una mujer castellana, agradecida por el milagro de la Virgen de darle leche a sus pechos para que criara a su recién nacido, como reza la copla de la urna:

Desde el centro de Castilla

yo a la Virgen le llevaba

un cantarillo de aceite

porque la leche me daba.

Varios obispos concedieron cuarenta días de indulgencias, a cambio de una limosna y el rezo de una Salve a Nuestra Señora de Jerusalén.

Cuando la santera recorría los pueblos de la zona con las cuentas del rosario y un manto de la Virgen, los devotos siempre le daban alguna limosna. Desaparecida la santera, se impuso un nuevo sistema de organización para tener la ermita siempre abierta; por riguroso turno, cada vecino abría temprano por la mañana la puerta del santuario, tocaba el campanillo para avisar y cerraba por la noche. Luego daba la llave al vecino siguiente. Así fue hasta los años sesenta.

En la puerta de la vieja ermita estaban clavadas dos herraduras. La leyenda refiere que eran los restos de un intento de robo en la iglesia.

El caballo intentó romper la puerta con sus patas delanteras y allí quedaron las herraduras. Todavía pueden verse esas o unas similares, en un mural cerámico, junto a la Fuente del Palo, de Allá o del Cascañetero, que de las tres formas se conoce. La fuente está junto a la carretera, debajo de la ermita de Jerusalén, rodeada de campos yermos, que antes eran los huertos de la ermita. Se llama del Palo, porque se tapaba con un palo, que los vecinos de algún pueblo gustaban de quitar cuando iban por allí. Le decían también la Fuente de Allá porque estaba un poco alejada del pueblo. Y el nombre de Cascañetero viene del soberbio arce que crece encima de ella, que así llaman a estos árboles en el Grío y Sierra de Algairén.

 

En lo alto de la Sierra Vicor, la ermita de Santa Brígida fue construida de nueva factura, pues había sido desplazada de su emplazamiento originario para construir el radar de la base aérea. A los pies de la ermita nos sorprende una gran nevera.