Pardos
(Texto parcialmente reproducido de la obra Cultura popular de la Comunidad de Calatayud, escrita por José Ángel Urzay Barrios, y publicada en Calatayud por el Centro de Estudios Bilbilitanos y la Comarca Comunidad de Calatayud, en 2006.)
Pardos es un pueblo abandonado, cuya visita encoge el corazón por el estado en que se encuentra. El pueblo está destrozado y expoliado. Conserva intacta su estructura de viejo pueblo aragonés, sus materiales de construcción sin adulterar, que son la mampostería, el adobe y tapial, con su decoración a base de azulete y aleros de tejas pintadas, pero en estado de ruina progresiva.
En 1939 vivían 37 familias, unos 180 habitantes. La gente se fue marchando poco a poco. Las chicas se fueron a servir a las capitales y muchos emigraron al cercano Monasterio de Piedra, a Zaragoza, a Francia y a otros lugares lejanos. Pardos se quedó sin habitantes en el año 1970. La luz eléctrica había llegado en 1957 y todavía puede verse el inútil transformador. En 1976 hicieron un camino desde Acered demasiado tarde, cuando no quedaba nadie. Durante un breve período de tiempo, hacia 1995, un archiduque de Austria, Hugo de Habsburgo, se instaló en una casa cedida por un vecino de Abanto. Duró poco.
En Pardos eran casi todos pequeños propietarios, que cultivaban el cereal, guijas, yeros, lentejas negras para el ganado y mucha viña. Las familias disponían de pequeños huertos con alberca y además cultivaban la vega en Las Cerradillas, situadas en dirección a Cubel. Había muchas olmeras en el barranco. El carrascal era dividido en lotes para los vecinos. El que tenía caballerías, preparaba cargas de leña y bajaba a venderlas a los pueblos del Jiloca. En el pueblo había un alambique para restaurar el vino, que convertían en anís. También eran famosos los jamones curados de Pardos. En definitiva, existían suficientes recursos para no pasar demasiados apuros.
Debajo de una espectacular carrasca está la fuente y el pilón. La fuente da un agua muy fresca en verano y caliente en invierno, que las mujeres cogían justo antes de ir a comer. La carrasca tenía doce pies, que identificaban con los doce apóstoles. Junto a la fuente estaba la fragua. Encima de la gran carrasca, cerca de las murallas ciclópeas, se levantaba un palomar, que fue antes una torre medieval de mampostería.
Había un lavadero cerca del barranco, ahora invadido por la vegetación, casi irreconocible. Un poco más arriba estaba El Huerto del tio Pascual y la tia María, más tarde El Huerto del Tio Félix, con un manantial del que se cogía el agua para bendecirla en la iglesia: todos los bebés de Pardos fueron bautizados con esa agua. Contaba Pardos con horno de pan, aunque todas las casas disponían de uno propio.
En la plaza del pueblo estaban la posada y café junto a las escuelas, que servían además para las reuniones de vecinos, pues no contaba con ayuntamiento propio. En la pequeña plaza se bailaba y se encendían las hogueras. Incluso había un frontón. Se bajaba a la placeta de la iglesia de la Asunción por unas escaleras, donde los mozos se colocaban para contemplar a las mozas cuando iban a por agua. La pequeña iglesia con su espadaña amenaza ruina total y resulta peligroso visitarla por dentro. En la bajada hacia Abanto está la Piedra del Calvario, llamada así por servir como última estación del vía crucis.
La ermita de San Antón, con sus paredes blancas sobre un cerro pelado, es una referencia visual de todo el término de Pardos. Es un pequeño templo con cabecera un poco más alta que la nave y tejado de doble vertiente.
La arruinada ermita de Santa Catalina se mantiene a duras penas sobre un cerro que domina el pueblo, junto a un viejo torreón. Se accede al interior de la ermita por una preciosa puerta de ladrillo, que destaca sobre la obra de mampostería.
Aún se mantienen en pie tres peirones en Pardos. Tanto el peirón de la Olma o del Collado como el peirón de la Virgen del Pilar, ambos en el camino de Cubel, han sido recientemente restaurados porque se encuentran en el Camino del Cid. Muy cerca de éste último está el cementerio de Pardos, con el suelo totalmente cubierto por lirios.
Se llega desde Pardos al peirón de la Virgen de Jaraba por un antiguo y sugerente camino de herradura que se asoma peligrosamente al barranco y que conduce hasta Abanto. El peirón, que domina el amplio valle donde emerge el Ojo Pardo, se encuentra firmemente asentado sobre una amplia grada. Junto a él algunos quieren ver unas huellas de herraduras de un caballo en una losa. Un poco más abajo había un manantial de agua salada, al que los pastores llevaban al ganado cuando las ovejas necesitaban sal en su cuerpo.
Desapareció el peirón de San Francisco en el camino hacia Acered.
Destaca majestuoso el Cerro Redondo, llamado también Cerro de las Calderetas por una enigmática cantera de piedra arenisca situada en su ladera, cerca de la cima. Desde lo alto se abarca toda la Sierra de Pardos, con su espeso manto vegetal de carrasca, y los pueblos del entorno: Pardos, Cubel, Atea, Acered, Alarba y la ermita de la Virgen de Semón.
La Fuente de la Yedra, en el extremo de La Loma de la Yedra, era muy famosa por la calidad de sus aguas, que abría el apetito. Nos han hablado de un dolmen entre Pardos y Acered, que llaman la Silla de la Mujer.
Parece increíble, pero casi cuarenta años después de la desaparición del pueblo, sus gentes, dispersas por toda la geografía española, siguen juntándose un par de veces al año para honrar a sus muertos y celebrar sus fiestas. Pardos resucita y vive de nuevo durante esos días, confiamos que por muchos años más. Están organizados, se llaman por teléfono y concretan los preparativos anualmente.
Cada año podemos escuchar aún con emoción los Gozos a la Virgen de Guialguerrero entonados por los pardeños en su ermita:
Por su amparo y protectora
en tiempo ya muy remoto
aqueste pueblo devoto
os eligió, Gran Señora:
siendo, pues, su valedora,
como fiel Madre del Hombre,
de los Ángeles el nombre
os rindió el culto primero.
Del moro oprimida España
llegó, según tradición,
a vuestro templo un varón
del sol con la fuerza extraña.
Por su Dios iba a campaña,
Villafeliche le nombra
su señor, y a vuestra sombra
se entregó a un sueño ligero.
Del sueño ya satisfecho,
ante vuestro altar sagrado
prometió, humilde y postrado,
con fe viva de su pecho
que, si del moro el despecho
en su conquista vencía,
el templo os renovaría,
Madre del Dios verdadero.
A la campaña salió,
y con el estrago muy raro,
con el sol de vuestro amparo
lunas alarbes pisó.
Pero no me admiro yo
que quien del suelo pisa
abolle con su divisa
lunas de alarbe fiero.
El guerrero victorioso,
en fe de lo prometido
vuestro templo agradecido
reedificó generoso.
Ofrecióle fervoroso
los despojos del contrario
y aquí vuestro santuario
dejó el título primero.
De los Ángeles el nombre
trocaste en Guía al guerrero,
por guiar al caballero
y de esto nadie se asombre,
que si la vida del hombre
es guerra sobre la tierra,
del hombre en aquesta guerra
sois guía, norte y lucero.
El canto de los gozos simboliza el reencuentro, la añoranza de lo perdido, la comunión de un grupo que por la tarde se disgregará, partiendo cada cual a su punto de origen. Sin embargo, durante unos minutos, Pardos está vivo en las voces que interpretan unos viejos gozos, cuya letra es lo de menos.