Comparsa de gigantes, enanos y cabezudos
Pocas tradiciones populares tienen en Calatayud tanto predicamento y poder de convocatoria como la Comparsa de gigantes y cabezudos, y pocos somos los bilbilitanos que podemos decir que no hemos disfrutado con estos cabezones de cartón piedra independientemente de los años que soportemos. Como costumbre que se precie ha ido pasando de padres a hijos, contagiándoles de toda la ilusión y esencia que la caracteriza. Sirva esta evocación para demostrarlo:
Primeros días de septiembre. Se están llevando a cabo los preparativos para las fiestas mayores de Calatayud, limpiando a fondo las calles con la manga riega, adornándolas y engalanando los balcones. Huele a fiesta. Durante estos preliminares los más pequeños teníamos una misión que salvar: acercarnos hasta la puerta del hospital municipal, hoy sede de los juzgados y hace muchísimo Seminario de Nobles, y echarle arrestos para traspasarla y asomar la cabeza en un intento de descubrir lo que albergaba detrás durante esos días. Una sensación de pánico contenido, atracción, curiosidad e ilusión debía residir en aquellos corazones nuestros que latían desesperados. Y allí estaban… a un lado de la puerta el gigante y al otro su compañera. Algunos salían disparados como alma que lleva el diablo, otros aguantábamos el tirón con aparente valentía, en mi caso, destrozando la mano de alguno de mis mayores que naturalmente siempre me acompañaba. Me encantaba mirarlos, conocía de memoria cada rasgo, cada detalle de sus ropas y cada bollo que entonces lucían. La visita a la puerta del hospital era diaria hasta que comenzaban las fiestas y salía a la calle la comparsa acompañada por un montón de chicos y mayores. Inolvidable y esperado ese baile de los cabezudos tan singular, al compás de la música, con una carrerilla seguida de un salto que terminaba con una reverencia al público, mientras los gigantes, mucho más formales, bailaban entre ellos.
Los gigantes y cabezudos y Gorgorito, de la compañía de títeres de Maese Villarejo, eran lo mejor de las ferias. Seguro que muchos estarán de acuerdo.
Gorgorito dejó de venir a las fiestas pero los cabezudos eran bilbilitanos y nunca han dejado de pasearse por nuestras calles y plazas, repitiendo el mismo baile acompañados por idéntica musiquilla y, desde que recuerdo, gozando del mismo éxito. Siempre han sido una atracción para todos y si algunos, por razones obvias, dejamos de acompañarlos durante algún tiempo, volvimos ilusionados a presentarles a nuestros hijos, seguimos sintiendo una alegre nostalgia cada vez que aparecen y pensamos en la cara que un día pondrán nuestros nietos al descubrirlos, porque seguro que ahí continuarán alegrando a unos y asustando a otros pero siempre despertando un afecto especial entre todos.
De los cabezudos bilbilitanos hay constancia documental desde mitad del siglo XVIII, como se refleja en un excelente trabajo de investigación, extraído del archivo municipal de Calatayud y elaborado por Francisco Zaragoza Ayarza, reputado archivero de la Diputación Provincial de Zaragoza, que hemos creído conveniente incorporar íntegramente por su interés.
Antecedentes históricos de las comparsas de gigantes y cabezudos
La fiesta del Corpus
Las manifestaciones festivas populares en momentos de exaltación alternativos a la cotidianidad social, con representaciones de animales, monstruos, gigantes, enanos, cabezudos y otras figuras, fueron integradas por parte de la Iglesia Católica en conmemoraciones religiosas como la del Corpus.
Urbano VI instituyó la fiesta del Corpus Christi por la bula Transiturus de hoc mundo, dada en Orvieto el 11 de agosto de 1264, con la finalidad de refutar la hostilidad de los que cuestionaban el precepto religioso de la presencia de Cristo en la eucaristía.
Según el texto de la bula se pretendía que “…muchedumbres de fieles, con generosidad de afecto, y todo el clero, y el pueblo, gozosos entonen cantos de alabanza, que los labios y los corazones se llenen de santa alegría…”, se buscaba la participación de los distintos sectores sociales en un ambiente festivo y de alegría.
La procesión del Corpus en Valencia, según dibujos del fraile Francisco Tarín Juaneda (1857-1925)
La procesión fue la parte central de la celebración del Corpus. Las ciudades y pueblos se llenaban de adornos, que enmarcaban los lugares de tránsito, por donde transcurrían grupos sociales heterogéneos organizados según fueran representantes institucionales, miembros de los gremios o religiosos; además participaban danzantes, figuras de gigantes, enanos y cabezudos, emulación de jinetes y en algunos lugares monstruos como la denominada “tarasca”.
Dibujo de La Tarasca de la ciudad de Sevilla / Grabado en el que aparecen los tradicionales gigantes
Los gigantes eran figuras toscas, que representaban a reyes, moros y fantasmones, con cabezas moldeadas en cartón, al igual que el cuello, los hombros y las manos, y ropajes que cubrían el entramado de maderas, en el que se introducía la persona que transportaba la figura. Los enanos o gigantillas, evidentemente de tamaño menor que los gigantes, también lucían cabezas deformes que dada su fragilidad debían ser reparadas frecuentemente por artesanos y pintores; utilizaban en algunas épocas sonajas y vejigas hinchadas con las que golpeaban al público interactuando con la población.
Gigantes y enanos de Montblanc (Tarragona)
Esta confusión entre lo religioso y lo profano suscitó el descontento de algunos, que consideraban que los entretenimientos entraban en conflicto con la devoción. Carlos III, por Real cédula de 20 de Febrero de 1777, prohibió espectáculos en procesiones y bailes en iglesias, sus atrios y cementerios. La Real Cédula de 21 de julio de 1780 puso fin a más de cinco siglos de participación de elementos profanos en la fiesta del Corpus, con la disposición de que «… en ninguna Iglesia de estos mis Reinos, sea Catedral, Parroquial, o Regular, haya en adelante tales danzas, ni gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conviene a la gravedad y decoro que en ellas se requiere».
Real Cédula de 21 de julio de 1780 por la que quedan prohibidas las danzas y los gigantones en iglesias y procesiones
Referencias a los gigantes, enanos y cabezudos de Calatayud en el siglo XVIII
Existe constancia documental de la existencia de los gigantes y enanos en Calatayud desde 1744, pero el arraigo y los antecedentes de estas figuras en la ciudad bilbilitana seguro que son muy anteriores.
Con motivo de la entrada del obispo de Tarazona en Calatayud en 1744 fueron programados diversos actos, desarrollados desde el 23 de septiembre al 12 de octubre. Una de las actividades consistió en una procesión salida de la Colegiata de Santa María, que partió al encuentro de la dignidad eclesiástica. La procesión iba encabezada por los enanos y gigantes de la ciudad, seguidamente desfilaban los gremios y cofradías, con sus respectivos pendones y distintivos. La relevancia del acontecimiento justificó la inversión del concejo en gastos de cocheros, ropas de maceros y en el clarín de la ciudad, además de gastar en tela para el traje de la giganta, ya que pretendían que la procesión contara con participantes de aspecto digno.
Otra referencia a los gigantes y enanos de Calatayud está datada en 1770. Con motivo del traslado de la parroquia de San Juan de Vallupié, cuyo estado era ruinoso, a la iglesia de San Juan el Real, que había sido de los jesuitas hasta su expulsión de España, el Concejo organizó actividades festivas con el deseo de dar mayor pompa y ostentación a este momento tan relevante en la historia de Calatayud. El 24 de mayo fue programado el traslado de una a otra iglesia, marcado por el volteo de campanas, la celebración de misa solemne y la comparsa de los gigantes y enanos acompañados por la música.
La comparsa de los gigantes, enanos y cabezudos fue parte integrante de las celebraciones del Corpus, hasta su prohibición en 1780 al ser considerada como una intervención profana, desvirtuada del pretendido recogimiento del acto religioso. La participación de la comparsa en la conmemoración del Corpus no fue exclusiva, ya que formó parte destacada de otras actividades festivas organizada en Calatayud. Así pues desde finales del siglo XVIII los gigantes, enanos y cabezudos, más allá de la prohibición, mantuvieron su espacio y presencia en diversas festividades locales, conservando de esta manera y hasta el momento presente una tradición centenaria.
La comparsa de gigantes, enanos y cabezudos de Calatayud desde el siglo XIX
La música en Calatayud siguió unida a la conmemoración del Corpus. En 1886 la ciudad pagó a Ildefonso Pardos y a Enrique Comes por tocar las chirimías en la procesión. Este instrumento musical de viento, similar al oboe, tuvo gran reconocimiento en España y fue considerado idóneo para la interpretación de música religiosa. En este sentido es interesante destacar las chirimías conservadas en la Colegiata de Santa María la Mayor y un juego de tres, localizadas en la Colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud.
La salida de los gigantes y enanos estuvo acompañada por música de dulzaina y tamboril, esta participación tradicional está documentada para los actos festivos de 1871 y permanece en festejos posteriores manteniéndose hasta el momento presente.
Recibo de 37 pesetas y 50 céntimos, firmado por Valero Trigo, por su asistencia durante tres días, interpretando la dulzaina y el tamboril, a las salidas de gigantes y cabezudos
Las fuentes documentales conservadas desde estas fechas nos indican que la presencia de enanos, gigantes y cabezudos ha sido inseparable de las programaciones festivas locales. En 1871 salieron enanos y gigantes, en 1898, 1899 y 1908 gigantes y cabezudos, en 1910 y en años posteriores gigantes enanos y cabezudos, personajes que han permanecido y protagonizado buena parte de las fiestas de Calatayud hasta el presente.
Anuncio de la salida de los gigantes y cabezudos el día 11 de septiembre de 1898, incluido en el programa de fiestas de Calatayud /Programa de fiestas de 1912
La comparsa de gigantes y cabezudos conllevó pequeños gastos, como la adquisición de látigos, que sustituyeron a las tradicionales vejigas con las que los cabezudos y enanos golpeaban a los participantes, retribuciones por vestir y desvestir a los gigantes, y la paga a las personas encargadas de sacar las figuras, mayor en el caso de los gigantes y menor si hablamos de los responsables de los cabezudos y enanos.
Justificante de la compra en 1908 de seis látigos para los cabezudos / En 1908 el Ayuntamiento pagó 5 pesetas por vestir y desvestir a los gigantes
El material empleado para la construcción de los gigantes y cabezudos era y sigue siéndolo frágil y efímero. Esto obligaba a procesos de restauración y repintado, cuando no a la sustitución por otros nuevos.
En 1908 siete cabezudos fueron pintados y arreglados y “El Baturro”, más deteriorado, requirió una actuación más costosa / En 1911 el pintor bilbilitano Teodoro Blasco arregló y pintó la cabeza de la giganta
El número de figuras, dado el carácter efímero de los materiales con los que han sido diseñadas, ha sido cambiante y las mismas regularmente renovadas. Algunas han dejado de formar parte de las comparsas y otras han sido incorporadas, siguiendo las tendencias y los gustos coyunturales a lo largo de los años.
En 1908 el Ayuntamiento adquirió dos parejas de cabezudos, gastando para ello 100 pesetas / En 1914 eran diez el número de figuras, cuatro gigantes, cuatro cabezudos y dos enanos
En 1908 los cuatro cabezudos eran El Baturro, El Boticario (con un bonete), El Torero y una cabeza femenina popular, identificada con un pañuelo a la cabeza y una escoba.
Dibujo de los cabezudos, incluido en un cartel de festejos del año 1908
Fotografía de los gigantes y cabezudos de Calatayud, probablemente de fechas cercanas a 1960, en la que aparecen dos gigantes y doce cabezudos, entre ellos El Boticario y El Baturro
En el presente en Calatayud, como en muchos otros lugares de España y del extranjero, se mantiene la tradicional comparsa de gigantes, enanos y cabezudos, que ahondan sus comunes raíces en épocas ancestrales, perfectamente documentadas desde época medieval. Fiel a la cita festiva anual, acompañada con música de dulzaina y tamboril, participación también común en otros muchos lugares, la comparsa de los gigantes y los cabezudos de Calatayud (“baturro”, “tía María”, “sacristán”, “la bruja” “tía Rosario”, “popeye”, “torero”, “negrito”, “Napoleón”, “conino”, “lobo”, “diablo”, “pirulo”, “gendarme”, “Drácula” y “Sancho Panza”) sigue animando las fiestas. Esta expresión cultural forma parte de las vivencias colectivas de la población y debe ser explicada, renovada, mantenida y conservada, como expresión colectiva de la necesidad social del disfrute colectivo, motivador de ilusiones y expectativas, que ha marcado y sigue marcando en el presente ciclos personales y económicos.
Julio de 2016
Francisco Zaragoza Ayarza
La comparsa ha cambiado, se ha ido renovando, incluso ha crecido la familia. Se han recuperado piezas e incorporado otras nuevas, han desaparecido los bollos del pasado y hoy lucen indumentaria cuidada y remozada y, por supuesto, también llevan el acompañamiento musical que merecen a cargo de los Dulzaineros de la Comunidad de Calatayud, miembros del Grupo A.J.B.
Los cabezudos del siglo XXI tienen que agradecer mucho su eterna juventud al Ayuntamiento de la ciudad, al que pertenecen, pero sobre todo a un conjunto de bilbilitanos que, como entregados padres, los miman y cuidan con esmero e incluso los llevan de viaje: hacen visitas a distintas localidades de la comarca y escapadas a diversas ciudades de la geografía española para participar en encuentros con otros de su especie.
El Grupo cultural A.J.B. lleva muchos años velando y protegiendo las tradiciones de esta ciudad y es, sin duda, la Comparsa de gigantes, enanos y cabezudos la más popular y arraigada.
Por toda su trayectoria, por llenarnos de ilusiones y por ser una parte tan esencial de nuestras vidas decidimos que debían aparecer en este apartado y recibir un merecido homenaje y nuestro más sincero reconocimiento.